Los medios y su rol político, por Carlos Ciappina
Desmontar el discurso corporativo de los grupos de comunicación monopólicos es un ejercicio imprescindible para entender qué hay detrás de la realidad que construyen, que intereses se juegan. Y es un camino para fortalecer la democracia y conocer el lugar político que cada actor social ocupa.
El teatro es una forma de representación y comunicación de historias. Exceptuando los casos en los que una obra pretende una mera sublimación estética, transmitiendo sensaciones aisladas, abstractas y descoordinadas, el arte escénico debe representar un signo anterior, un signo del orden de lo real, que pueda ser identificado y re-apropiado por el público sin mayores complicaciones, remitiéndose a la experiencia o al sentido común. Una vez más, se vuelve necesario desmontar esas grandes maquinarias de representación que constituyen los multimedios concentrados, desarticular sus elementos, reconstruir su lógica, intentar delinear sus fundamentos, describir sus herramientas, exponer sus manipulaciones. El espectáculo pretende devorar el debate: la imagen petrifica la discusión, se subsume al terreno del discurso mágico que no habilita contra-argumentación.
Revisemos sintéticamente la obra teatral cuyo montaje intentaremos descifrar. Tomemos un ejemplo de la agenda de hoy. El director permanece infranqueable en cartelera cosechando numerosos éxitos: el grupo Clarín. El signo de lo real representado: las declaraciones del ex jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sobre el proyecto enviado al Congreso de la Nación para democratizar el Poder Judicial. La historia en la que se basa la obra, las declaraciones de Fernández refiriéndose al proyecto en cuestión, es la siguiente: "Lo hemos chequeado (todo) y ha pasado por varios estamentos, por lo que uno puede estar tranquilo de que no debiera haber ningún tipo de complicaciones […] Ya viene discutido y preparado […] Tampoco uno tiene que ser un negado para que, habiendo un error subsanable, no llevarlo a la práctica". Sin embargo, en el libreto de la obra, esto debe expresarse brevemente, y su autor, la agencia de noticias clarinista DyN, simplifica en su título que Fernández dijo: “Está todo discutido y chequeado”. Entonces, ¿cómo se titula la obra para Clarín? Así: “Avance sobre la Justicia: el kirchnerismo pretende un trámite rápido y sin cambios”.
El escenario está montado. Falta tan sólo un último elemento teatral, imprescindible para asegurarse el éxito: contar con un elenco reconocido de actores dispuestos a interpretar el guión con convicción y fidelidad. Allí aparece “la oposición”. Luz: se percibe la escenografía, el Congreso de la Nación. Cámara: sobran; apuntan hacia los actores en diversos planos, alcanza todos los puntos del país desde diferentes –aunque no diversas– emisoras. Acción.
Primer acto: la oposición se niega a participar del debate por la reforma judicial porque “el kirchnerismo no admitirá cambios en el proyecto”. Segundo acto: la oposición –héroes de la obra– arma una parodia de sesión sin quórum, sin cumplir con los plazos institucionales para convocarla, donde propone dialogar sobre proyectos de ayuda por las inundaciones. Acto final: La arcada K –los villanos– se niegan a tratar leyes que den solución a la problemática de las inundaciones.
La idea de la prensa canalla no se remite a una cuestión de malicia, como resume la mirada liberal que se esfuerza por condensar las tramas sociales en “el bien” y “el mal”. La prensa canalla funciona en términos de programa político, responde a un posicionamiento ideológico corporativo y defiende los intereses de los capitales concentrados. Pero su mayor fortaleza no reside allí, sino en la plataforma discursiva desde la que plantea sus enunciados. ¿Por qué? Porque la prensa canalla participa como actor político, pero desde un discurso “mágico” (“impoluto”, “neutro”, “desinteresado”, etc.) que, tal como es enunciado, no necesita justificación y, por ende, no admite debate. Así, desde el escenario montado por el multimedio, casi como un púlpito, se enuncia un discurso iluminado, un discurso de verdad que se resguarda de la terrenalidad del discurso político, aquel que se posiciona y que pretende sumar voluntades.
Existe en el imaginario social un contrato de verosimilitud inherente al periodismo. Un contrato desigual en la que el pueblo es el principal estafado. Contra ese poder de “enunciación de la verdad” hay que seguir librando batalla, primordialmente porque obstaculiza el sistema democrático.
Desde la posición de la prensa canalla, la democracia sólo es atentada por el propio Estado, ya que los sectores corporativos se encuentran dentro de este relato mágico en el que se amparan: los monopolios económicos, financieros, los intereses corporativos, no amenazan al hombre de a pie, solo el Estado y, por supuesto, la política. En la práctica cotidiana, la existencia de las operaciones constantes de Clarín envían un claro mensaje de vulnerabilidad, por lo cual tenemos una peor democracia por la existencia de la prensa canalla que expone con violencia su impunidad día tras día. Entonces pierde valor lo que se dice y lo que se hace, pues el poder de la construcción del relato que manejan y hacen circular les permite “hacer decir” a las declaraciones de los sujetos lo que les conviene decir a los actores del multimedio.
La realidad se construye, los datos se construyen y las declaraciones se construyen. Recordar esto, una y otra vez, puede resultar reiterativo, pero es, sin embargo, imprescindible ante la constancia de las operaciones con las que la prensa canalla se empeña en obstaculizar las acciones del Estado y lesionar la democracia, incluso cuando dicen todo lo contrario. Del otro lado, ampliar y fortalecer nuestra democracia implica reconstruir qué hay detrás de escenas: desmontar ese poder que arma la escenografía, sitúa a los actores, enciende las cámaras y luego se queda oculto, moviendo los hilos tras bambalinas, refugiándose en la oscuridad de lo irrefutable.
El teatro es una forma de representación y comunicación de historias. Exceptuando los casos en los que una obra pretende una mera sublimación estética, transmitiendo sensaciones aisladas, abstractas y descoordinadas, el arte escénico debe representar un signo anterior, un signo del orden de lo real, que pueda ser identificado y re-apropiado por el público sin mayores complicaciones, remitiéndose a la experiencia o al sentido común. Una vez más, se vuelve necesario desmontar esas grandes maquinarias de representación que constituyen los multimedios concentrados, desarticular sus elementos, reconstruir su lógica, intentar delinear sus fundamentos, describir sus herramientas, exponer sus manipulaciones. El espectáculo pretende devorar el debate: la imagen petrifica la discusión, se subsume al terreno del discurso mágico que no habilita contra-argumentación.
Revisemos sintéticamente la obra teatral cuyo montaje intentaremos descifrar. Tomemos un ejemplo de la agenda de hoy. El director permanece infranqueable en cartelera cosechando numerosos éxitos: el grupo Clarín. El signo de lo real representado: las declaraciones del ex jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, sobre el proyecto enviado al Congreso de la Nación para democratizar el Poder Judicial. La historia en la que se basa la obra, las declaraciones de Fernández refiriéndose al proyecto en cuestión, es la siguiente: "Lo hemos chequeado (todo) y ha pasado por varios estamentos, por lo que uno puede estar tranquilo de que no debiera haber ningún tipo de complicaciones […] Ya viene discutido y preparado […] Tampoco uno tiene que ser un negado para que, habiendo un error subsanable, no llevarlo a la práctica". Sin embargo, en el libreto de la obra, esto debe expresarse brevemente, y su autor, la agencia de noticias clarinista DyN, simplifica en su título que Fernández dijo: “Está todo discutido y chequeado”. Entonces, ¿cómo se titula la obra para Clarín? Así: “Avance sobre la Justicia: el kirchnerismo pretende un trámite rápido y sin cambios”.
El escenario está montado. Falta tan sólo un último elemento teatral, imprescindible para asegurarse el éxito: contar con un elenco reconocido de actores dispuestos a interpretar el guión con convicción y fidelidad. Allí aparece “la oposición”. Luz: se percibe la escenografía, el Congreso de la Nación. Cámara: sobran; apuntan hacia los actores en diversos planos, alcanza todos los puntos del país desde diferentes –aunque no diversas– emisoras. Acción.
Primer acto: la oposición se niega a participar del debate por la reforma judicial porque “el kirchnerismo no admitirá cambios en el proyecto”. Segundo acto: la oposición –héroes de la obra– arma una parodia de sesión sin quórum, sin cumplir con los plazos institucionales para convocarla, donde propone dialogar sobre proyectos de ayuda por las inundaciones. Acto final: La arcada K –los villanos– se niegan a tratar leyes que den solución a la problemática de las inundaciones.
La idea de la prensa canalla no se remite a una cuestión de malicia, como resume la mirada liberal que se esfuerza por condensar las tramas sociales en “el bien” y “el mal”. La prensa canalla funciona en términos de programa político, responde a un posicionamiento ideológico corporativo y defiende los intereses de los capitales concentrados. Pero su mayor fortaleza no reside allí, sino en la plataforma discursiva desde la que plantea sus enunciados. ¿Por qué? Porque la prensa canalla participa como actor político, pero desde un discurso “mágico” (“impoluto”, “neutro”, “desinteresado”, etc.) que, tal como es enunciado, no necesita justificación y, por ende, no admite debate. Así, desde el escenario montado por el multimedio, casi como un púlpito, se enuncia un discurso iluminado, un discurso de verdad que se resguarda de la terrenalidad del discurso político, aquel que se posiciona y que pretende sumar voluntades.
Existe en el imaginario social un contrato de verosimilitud inherente al periodismo. Un contrato desigual en la que el pueblo es el principal estafado. Contra ese poder de “enunciación de la verdad” hay que seguir librando batalla, primordialmente porque obstaculiza el sistema democrático.
Desde la posición de la prensa canalla, la democracia sólo es atentada por el propio Estado, ya que los sectores corporativos se encuentran dentro de este relato mágico en el que se amparan: los monopolios económicos, financieros, los intereses corporativos, no amenazan al hombre de a pie, solo el Estado y, por supuesto, la política. En la práctica cotidiana, la existencia de las operaciones constantes de Clarín envían un claro mensaje de vulnerabilidad, por lo cual tenemos una peor democracia por la existencia de la prensa canalla que expone con violencia su impunidad día tras día. Entonces pierde valor lo que se dice y lo que se hace, pues el poder de la construcción del relato que manejan y hacen circular les permite “hacer decir” a las declaraciones de los sujetos lo que les conviene decir a los actores del multimedio.
La realidad se construye, los datos se construyen y las declaraciones se construyen. Recordar esto, una y otra vez, puede resultar reiterativo, pero es, sin embargo, imprescindible ante la constancia de las operaciones con las que la prensa canalla se empeña en obstaculizar las acciones del Estado y lesionar la democracia, incluso cuando dicen todo lo contrario. Del otro lado, ampliar y fortalecer nuestra democracia implica reconstruir qué hay detrás de escenas: desmontar ese poder que arma la escenografía, sitúa a los actores, enciende las cámaras y luego se queda oculto, moviendo los hilos tras bambalinas, refugiándose en la oscuridad de lo irrefutable.
Carlos Ciappina
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