Junín, Bergoglio y Chávez, o cómo aprender sobre medios, por Romina Sanchez
Hablamos de Junín, como podríamos haber hablado del paro docente, del Papa argentino o la muerte de Chávez. Con los chicos, hablamos de la realidad. Hablamos de los medios. Hablamos, entonces, de la construcción de la realidad.
De la noticia, esa representación. De la opinión. De la mezcla -la alianza- de la opinión con la noticia. Del predominio de la opinión y de la opinión vendida como noticia. Y de la ideología puesta al servicio de la comunicación social, de los que nos hacemos cargo del lugar desde donde hablamos y de los muchos que no. De los intereses en juego. En definitiva, de nosotros, de este tiempo.
Educar en medios no es una boludez. La comunicación llevada al ámbito escolar, luego de lo que se conoce como transposición didáctica, cuando el conocimiento científico muta, asequible pero complejo, en saber escolar, no es biología, no es física, no tiene siglos de investigación y enseñanza en las espaldas.
Aunque eso, claro, tiene un costado amable: la multiplicidad metódica, lo cuanti y lo cuali porque, sabemos, si no queremos reducir la comunicación –que se parece a dios, está en todas partes y a la vez en ninguna– a un fenómeno de transmisión, es necesario atender a su naturaleza multicausal. Y lo ideal es que, además, atraviese la trayectoria escolar, rompa el aislamiento evitando la compartimentación a que nos llevó la escuela moderna, las materias como lockers.
Y lo ideal es también -sí, falta- que podamos de a poco lograr ese pasaje desde la mirada instrumental (queridas seños, no hay mucha diferencia entre el Kapelusz y el documental) a concebir los medios como objeto de estudio. Pensar sobre ellos. Sobre sus usos. Pero vamos avanzando. Los pibes saben que los medios no dicen la verdad. Que la verdad está filtrada por intereses y cosmovisiones. Y que los peces gordos la tamizan con su cosmovisión del interés, sus mediomundos. Los chicos ya comparan visiones acerca de un mismo hecho. Practican la gimnasia de titulares y fotos. Son muchos los que ya tienen los abdominales marcados.
-Profe, los medios no comunican.
-¿Y entonces qué hacen?
-Por lo general, transmiten. No esperan nada de nosotros.
Siempre volvemos a Junín, a Bergoglio y a Chávez. El micrófono en la voz de la víctima. El micrófono que amplifica, que escarba como una gallina buscando la miseria. El triunfalismo deshistorizado. Y la muerte que es muerte especulativa.
La educación en medios busca darle relevancia al currículum fuera de la escuela, tejiendo el famoso puente, teniendo en cuenta que los pibes consumen en promedio ocho horas de tele por día, mientras escuchan música, se conectan a las redes sociales y están meta y meta con la Play. Pero la razón fundamental, insistimos, como insistió el inglés Len Masterman, todo un adelantado en la educación multimedial, es que los medios son empresas, vehículos de tanta conciencia.
La cercanía con los medios, eso que llamamos saberes previos -construimos lo nuevo sobre lo que ya sabemos- es una ventaja pedagógica toda vez que profundicemos lo acertado y desterremos lo que no sirve. La dificultad, ahora bien, puede radicar en que esa inmediatez hace más compleja la construcción de la necesaria distancia crítica. Salir de la comodidad receptora. Otra vez, pensar.
Pero hay otro juego paradójico. El peso político y cultural -¡también económico!- de los medios y las nuevas tecnologías es inversamente proporcional al que tienen las materias que los tratan en la escuela: a mayor significación social, menor legitimidad. Pensemos en la tele. En internet, una Moria Casán entre las vedettes. Y reparemos, luego, en las asignaturas. Trabajitos prácticos y ya está. Es fácil, no hay que estudiar. Contra ese sentido común hay que ir también. Claro que esto excede a las ciencias de la comunicación: le toca el culo a la escuela, su función social. En los 90, además, los estudios de comunicación y cultura institucionalizaron pasivamente al consumo como objeto. Y eso pasó, como por un embudo gigante, a la escuela.
Como no existe lo neutral ni lo objetivo en términos políticos, cada vez somos más los que nos hacemos cargo -con los costos del caso- de ese escenario. Y por suerte somos cada vez más los bichos raros de la perspectiva crítica de la industria cultural: la de Junín, Bergoglio y Chávez.
Romina Sanchez
NI A Palos





